Con la llegada de un bebé a la familia, los padres comienzan a elaborar una serie de patrones tanto emocionales como de comportamiento que van a determinar la forma en la que educan a sus hijos y el tipo de crianza que van a ofrecerles.
La forma de educar está muy ligada a los propios rasgos de personalidad de los padres, tanto a sus fortalezas como a sus debilidades.
De este modo, se van a comenzar a aplicar toda una serie de normas y pautas, englobadas dentro de un tipo de autoridad que van a delimitar lo que hoy conocemos como estilos parentales de crianza.
Ya en el año 1940, A.L. Baldwin comenzó a estudiar la relación entre diferentes estilos parentales de crianza y los patrones de conducta observables en sus hijos posteriormente.
Sin embargo, fue E.S. Schafaer (1959) quien definió cuatro tipos de estilos parentales de crianza que representaremos a continuación en una tabla de acuerdo a sus rasgos básicos:
Así pues, de acuerdo a la imagen mostrada arriba, se puede observar que existe un estilo de crianza que es el más saludable, dos estilos intermedios y un estilo que se clasifica como el menos adecuado para el desarrollo de un niño.
¿Qué son los estilos parentales de crianza?
El estilo de crianza democrático se caracteriza por un alto nivel de afecto, y también un alto nivel de exigencia. Esto se traduce en que existe una serie de normas y reglas claramente establecidas y abiertamente razonadas con los hijos, a la par que un fomento de la autonomía, la comunicación y la confianza de los mismos.
Los castigos que se aplican son razonables y equilibrados con el motivo del castigo. La escucha de las necesidades y las demandas de los hijos, así como el intento de ajustarse a ellos los convierte en personas con un mejor ajuste, más competentes a nivel social, con mejor rendimiento académico y más alta autoestima.
Por otro lado, el estilo de crianza autoritario se caracteriza por un alto nivel de exigencia y un bajo nivel de afecto. Las reglas que se aplican en este caso no son flexibles ni negociables, sino rígidas y de difícil cuestionamiento.
En esta línea, muchos de los castigos también se vuelven desproporcionados para el motivo de los mismo. La exigencia que se pone sobre los hijos no se corresponde con muestras de escucha o de afecto, ya que la prevalencia siempre se sitúa en la opinión y voluntad de los padres, pero no se tiene en cuenta la necesidad del hijo. Por esta razón, los niños suelen reaccionar de forma temerosa, irritable y no suelen volcarse en la interacción social. Es probable que, con el paso de los años adopten conductas muy dependientes o excesivamente agresivas.
Cuando hablamos de un estilo parental permisivo, hablamos de unas características de altos niveles de afecto y bajo nivel de exigencia. La premisa que sigue este patrón se basa en imponer pocas o ninguna restricción a los hijos, creyendo que de esta forma les demuestra un mayor nivel de afecto. Estos padres emplean pocos castigos, permitiendo al niño que se regule de forma autónoma.
De este modo, los padres depositan una confianza total en sus hijos, esperando que muestren un comportamiento maduro, pero sin establecer límites.
A menudo, este déficit de autoridad genera confusión en los roles padre-hijo, de forma que son los niños los que terminan tomando el control sobre sus padres, mostrándose impulsivos, agresivos, rebeldes, socialmente incompetentes y sin capacidad para asumir responsabilidades.
No obstante, esta estrategia de crianza también puede resultar en personas independientes, capaces de regularse de forma óptima, activos y con alta autoestima.
Por último, el estilo de crianza negligente se caracteriza por un bajo nivel de afecto y un bajo nivel de control. En este patrón encontramos a padres que no se preocupan por establecer límites ni castigos en la crianza de sus hijos, pero tampoco muestran especial interés por escucharles o atender a sus necesidades.
Hablamos de padres que están más centrados en sí mismos y en sus dificultades y penurias que en las que puedan estar experimentando sus descendientes.
Este estilo se considera el más nocivo en la crianza debido a que numerosos estudios han demostrado que los niños prefieren ser severamente castigados a ser totalmente ignorados, ya que al menos a través del castigo obtienen algún tipo de atención por parte de sus cuidadores.
Si, además de la pasividad de los padres nos encontramos con un entorno hostil, es muy probable que los niños tiendan a desarrollar problemas de conducta agresivas, destructivas e incluso delictivas.
¿Cómo afecta la agresividad en la crianza de un niño?
Hemos analizado las características que definen cada uno de los estilos parentales que se han estudiado hasta el día de hoy. En todos ellos, a excepción del estilo democrático, existía la posibilidad del desarrollo de una conducta agresiva en los niños. ¿Cómo podemos explicar esto?
En el caso del estilo permisivo, la agresividad que se puede desarrollar tiende a relacionarse más con el conflicto de roles y la necesidad de normas (que no se tienen) para poder funcionar adecuadamente. Parece ser una forma de reclamar atención de los padres y de mostrar, de la mejor forma que pueden, que precisan de alguna guía para saber cómo actuar o adaptarse a cada momento.
Sin embargo, en pocas ocasiones el estilo permisivo se caracteriza por la presencia de comportamientos agresivos dirigidos de los padres a los hijos.
No ocurre tanto así en el caso de los estilos autoritarios y negligentes, en los que a menudo se abusa del castigo físico cuando no se cumplen las estrictas normas establecidas (en el primer caso) o cuando el niño deja de pasar desapercibido para convertirse en algo “molesto” (en el segundo).
En cualquiera de los dos casos, tanto la excesiva rigidez como la ausencia de normas generan una terrible frustración en los niños, que o bien tienen que seguir unas pautas milimétricas para complacer a los progenitores sin sufrir ningún tipo de consecuencia, o bien no tienen absolutamente ningún apoyo que les permita orientarse para funcionar.
Pero, además, en ambos casos los niños reciben un bajo nivel de afecto por parte de sus padres, por lo que sus necesidades quedan desatendidas, no reciben ningún tipo de incentivo o motivación, tampoco ninguna validación de sus habilidades u otros tipos de refuerzo, por lo que quedan siempre bajo la angustia y el peso de la exigencia, en el primer caso, y la tristeza y desesperación que produce la soledad y la indiferencia, en el segundo.
La agresividad en la crianza de los niños genera más agresividad. Las frustraciones que los menores no consiguen resolver de alguna forma en la infancia, se traducen en patrones emocionales y de comportamiento disruptivos a medida que avanzan los años.
Y, en concreto, los hijos producto de estos dos últimos estilos de crianza sufren un mayor riesgo de desarrollar conductas agresivas (hacia sí mismos o hacia los demás), patrones de comportamiento igualmente autoritarios o negligentes, bajo interés social, baja autoestima y, muy probablemente, conductas delictivas que pongan en peligro su salud (consumo de drogas, por ejemplo).
¿Cómo se aborda terapéuticamente un estilo parental conflictivo?
En primer lugar, sobra decir que cualquier padre, con cualquier estilo parental de crianza de los arriba descritos, puede experimentar en más de una ocasión dificultades en la educación y cuidado de sus hijos.
Entonces, ¿cuándo consideramos que un estilo parental es nocivo para un niño?
Para comenzar, los niños reflejan a nivel tanto cognitivo, como emocional y conductual las dificultades que experimentan en las relaciones sociales y, cuanto más pequeños, fundamentalmente con sus vínculos de socialización principales: los padres.
Así pues, algunos indicios que nos pueden mostrar que el cuidado parental es susceptible de ser mejorado son rasgos de retraimiento emocional, dificultades para establecer relaciones sociales, dificultades en el establecimiento o continuación del juego con otros niños, o bien rasgos de agresividad (tanto física como verbal) con compañeros, profesores, hermanos e, incluso, los propios padres.
En cualquier de estos casos, es conveniente comenzar a explorar con los padres qué tipo de relación han establecido con sus hijos, cómo son las normas, cómo son los castigos y refuerzos (si se aplican) y cómo comparten tiempo con sus hijos (dicho de otro modo, cómo les muestran su afecto).
Cuando hemos completado valoración de la situación, podemos dar comienzo a un acompañamiento psicológico del sistema familiar con el foco principal en los padres, ya que la modificación de los patrones de pensamiento, conducta y expresión emocional conllevará necesariamente cambios en el comportamiento de los niños.
Sin embargo, el trabajo en terapia con los niños también es importante, ya que, habiendo trabajado algunos aspectos más deficitarios en el cuidado por parte de los padres, es conveniente que el menor aprenda a expresarse (sin sentirse menospreciado o ignorado), reaprendiendo a la par que su entorno ha dejado de ser un ambiente hostil, excesivamente laxo o excesivamente rígido, para convertirse en un ambiente en el que se le acepta, se le escucha y se le acoge.
Como psicólogos en Valencia, no debemos olvidar que no todos los casos de estilos parentales perjudiciales buscarán ayuda psicológica para resolver las dificultades tanto propias, como de los niños.
Sólo en algunos casos los padres pueden hacer conscientes de las dificultades de la situación y de sus limitaciones y, no sin un gran peso de frustración y sensación de fracaso, acudirán en busca de nuestro apoyo terapéutico.
Cuando esto ocurra, es fundamental que, además de elaborar todo el procedimiento que ya se ha descrito, nuestro primer paso sea recoger el sufrimiento de los padres y reforzar su búsqueda de atención psicológica como una señal de madurez, responsabilidad y búsqueda de un crecimiento óptimo para sus hijos y, por ende, también para ellos.