El coronavirus (Covid-19) surgió en China a finales de 2019 pero, a día de hoy, se ha extendido ya a lo largo de todo el globo convirtiéndose en una pandemia que ha infectado a cientos de miles de personas, muchas de las cuales han requerido ingreso hospitalario en unidades de cuidado intensivo (UCI) y también ha tenido consecuencias letales para otras muchas, especialmente en rangos de edad de adultos mayores.
Esta situación tan crítica para el planeta ha supuesto la adopción de medidas “radicales” por parte de los gobiernos con el objetivo de parar la expansión del virus y paliar así los efectos del contagio y la saturación de centros hospitalarios y personal sanitario.
La principal medida a tomar ante un contexto como el actual es la interrupción de toda actividad económica, laboral y académica no imprescindible para la salud humana, permitiendo que, a groso modo, sólo farmacias, centros de salud y supermercados estén abiertos para el suministro de alimentos y bebidas, así como fármacos para aquellos que puedan necesitarlos puntualmente, o por una prescripción crónica (enfermos cardiovasculares, respiratorios, alergias, etc.)
Y, por tanto, al interrumpirse la actividad económica, laboral y académica, las personas deben permanecer en sus domicilios el mayor tiempo posible y sólo salir de los mismos para cuestiones como las mencionadas arriba o bien algunas excepciones, como personas con diagnóstico de Trastorno del Espectro Autista, que necesitan por salud mental y emocional poder tener algún momento de salida al exterior.
¿Cómo nos afecta el aislamiento?
El quedarnos en casa en esta ocasión, al ser una cuestión impositiva (incluso si es por fuerza mayor, como ocurre en este caso), no resulta tan agradable como cuando decimos “este fin de semana no salgo y me quedo en el sofá con la mantita y una película”.
Hay varios factores que interfieren en que este proceso se viva de forma “agradable”:
- La falta (o exceso) de contacto humano. Los seres humanos somos gregarios por naturaleza, y aquellos que viven el aislamiento en soledad sienten la necesidad de hablar con otras personas de su entorno, aunque sea a través de una videollamada o un mensaje de texto. Estamos acostumbrados a vivir en sociedad, y no poder comunicarnos ni vivir la calidez del contacto con los otros, nos resulta extraño.
También resulta extraño pasar 24 horas expuestos a las mismas personas, generalmente nuestra familia o pareja. El aislamiento es una ocasión “perfecta” para que la tensión asociada a la situación desentierre ciertas hostilidades o muestre aspectos que necesitan ser pulidos en la convivencia.
¿Qué podemos hacer?
Buscar el “contacto” en la distancia con aquellas personas que queremos y son importantes para nosotros, como una medida eficaz para paliar el sentimiento de “soledad”.
Si, por el contrario, estamos expuestos 24 horas a la misma o mismas personas, es importante que busquemos espacios de soledad para dedicarnos a actividades individuales que nos permitan mantener una distancia emocional sana (lectura, ejercicio en casa, aprovechar para ordenar ese cuarto destartalado, etc.)
- La falta de rutina (tareas que hacer en un día). A las personas nos gustan las costumbres. Nos pasamos la vida hablando de hábitos que tenemos, que no tenemos, que queremos cambiar o eliminar. Hablamos de patrones y pautas que marcan nuestro funcionamiento diario.
El aislamiento supone la destrucción de nuestra rutina como la conocíamos hasta el momento: no me tengo que levantar a una hora determinada para trabajar, no vuelvo a una hora determinada para comer o cenar, no tengo que limpiar corriendo, etc., sino que todo mi tiempo es para mi familia, para la casa y para mí, y de repente los días en los que antes nos faltaban horas, ahora parecen durar 48.
¿Qué podemos hacer?
Tratar de mantener una rutina. Evidentemente, es complicado que la rutina sea un calco de la que solíamos tener antes del aislamiento, pero es importante mantener un ritmo de sueño-vigilia y despertarnos/acostarnos más o menos a la misma hora; dedicar un cierto tiempo a la limpieza y ordenación de la casa; dedicar un tiempo al ocio, que podemos intentar organizar por días para que se “asemeje” más a una semana natural (martes y jueves hago pilates, y los miércoles y jueves, pintura, por ejemplo); separar un rato para el contacto con las personas con las que convivo/otras personas a distancia y, como apunte fundamental, no descuidar las rutinas de higiene (puede que nadie te vea o te huela, pero cuidar el cuerpo también es cuidar la salud mental).
- La incertidumbre. El periodo de aislamiento se va prorrogando o acortando en función de la evolución clínica de la enfermedad en la sociedad, pero está claro que no hay un parámetro matemático exacto que nos permita saber cuándo terminará este proceso.
Esa pregunta es la que ronda con frecuencia nuestro pensamiento y, la necesidad de controlar lo que ocurre a nuestro alrededor que, en este contexto, es imposible, nos lleva a un incremento de nuestra sensación de ansiedad (temor, preocupación y anticipación sobre el futuro).
¿Qué podemos hacer?
Puesto que no podemos ni adivinar, ni controlar el futuro, lo que más nos puede ayudar es centrarnos en cómo vivimos el presente, por lo que me permito enlazar este párrafo con la recomendación para el punto anterior.
Aun así, hago un apunte: ya que vivimos “al día”, lo que seguro que podemos planificar (y nos encanta) es qué vamos a hacer mañana. Esto es más fácil de controlar, ¿Verdad?
- El temor a la propia enfermedad (por mí o por los míos). Este punto es enlazable con el anterior. Es cierto que vivimos en una sociedad tecnológica y en la era de la información en la que podemos conocer cualquier dato en cuestión de segundos, pero nadie dijo que la era de la información se refiriese a documentación exclusivamente rigurosa, contrastada y científica.
La mitad de los mensajes que has recibido estas semanas (¡Si no más!) son bulos que se difunden a través de internet y que no cumplen otra función que la de generar alarma y terror en el que los lee.
¿Qué podemos hacer?
Aunque la leamos, a priori desestimar toda información que nos llega a través de fuentes de información no contrastadas, en las que existe una mayor probabilidad de presencia de datos erróneos o confusos.
Por lo demás, debemos adoptar y mantener las medidas de seguridad que se nos han comunicado: lavado frecuente de las manos, uso de mascarilla en caso de acudir a algún lugar más concurrido, uso de guantes cuando vamos a hacer la compra para evitar un posible contagio y, sobre todo, mantener la distancia de seguridad de un metro y medio con respecto a otras personas tanto en la calle, como en cualquier recinto cerrado.

En caso de notar síntomas asociados al Covid-19, nos podemos poner en contacto con los teléfonos indicados para cada comunidad autónoma y que sanitarios cualificados puedan evaluar la posibilidad de infección por este virus o descartarla por completo.
¿Qué hacemos cuando tenemos niños?
El aislamiento con niños se vuelve un tanto más complejo debido a que, cuanto más pequeños, mayor es la necesidad de movimiento y actividad, por lo que pasar varias horas y días encerrados en el domicilio familiar puede acabar siendo la fuente de frustraciones y rabietas con las que resulte difícil lidiar.
Esto es especialmente complicado cuando, además, los padres estamos experimentando también la dificultad de adaptarnos a la falta de rutina, con la que tenemos que lidiar en primera persona, además de con nuestro propio cansancio por el aislamiento.
¿Qué podemos hacer como padres para gestionar el tiempo en familia sin que tenga consecuencias para nuestra propia salud emocional?
De igual modo que es fundamental que busquemos las estrategias para gestionar nuestro tiempo del modo más saludable en el periodo de aislamiento, es importante que ayudemos a nuestros hijos a establecer rutinas que les permitan no romper con su ritmo de funcionamiento habitual.
Tenemos que tener en cuenta que no son unas vacaciones, sino que no se está yendo al colegio o participando de las actividades extraescolares por una cuestión de salud, por lo que las instituciones educativas están tratando de facilitar tareas y temario de estudio para los niños de forma semanal, aunque son los padres en casa los que supervisan que estas actividades se lleven a la práctica.
Por tanto, sería bastante adecuado, dentro de una cierta flexibilidad inherente al contexto actual, que tratáramos de mantener una rutina similar a la que los niños tienen en periodo académico (mañana-estudio, tarde-juego), del mismo modo que es más probable que el teletrabajo que podemos hacer nosotros como adultos lo situemos en esa misma franja horaria.
Las tardes serían un buen momento para promover, por una parte, el tiempo en familia (juegos de mesa, película consensuada, juegos de mímica, etc., así como también promover su tiempo de juego autónomo (lectura, dibujo, pintura, construcción, etc.), de forma que los niños reciben a su vez el establecimiento de una rutina que les da seguridad, el calor del contacto familiar y la libertad de desarrollar su parte individual, mientras que los padres mantienen un ritmo de contacto con los hijos y el resto de la familia, así como también su espacio individual.
A los niños no les gusta sentirse solos, y menos en una situación tan peculiar como ésta, razón por la que nos convertimos en el principal aporte de apoyo y seguridad.
No obstante, no debemos descuidar nuestra propia necesidad de tiempo y cuidado personal, porque es importante que nos encontremos todo lo emocionalmente bien que se pueda para poder ser de ayuda y crecimiento para los demás.
Nota. En caso de vernos desbordados por la situación, puede ser de utilidad buscar la ayuda de un profesional de la psicología que pueda orientarnos sobre cómo gestionar problemas específicos de conducta, comunicación o convivencia en pareja o familia.
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