Cuando hablamos de autoimagen hacemos referencia a la representación mental que tenemos de nosotros mismos, basada no sólo en aspectos físicos (“soy alto”, “soy moreno”), sino también psíquicos (“soy empático”, “soy responsable”) que hemos observado en nosotros o que otros han descrito sobre nuestra forma de ser.
Por tanto, podemos decir que la autoimagen se construye a partir de tres pilares: la visión que la persona tiene sobre sí misma, la visión que los demás tienen de la persona y la visión que la persona percibe que los demás tienen sobre sí.
Estas dos últimas categorías pueden resultar algo confusas, pero será mucho más sencillo clarificarlas mediante un ejemplo: “qué rápido eres jugando al fútbol” es una afirmación que muestra una característica que alguien ha visto en una persona. Sin embargo, si ante un juego por equipos alguien es escogido en último lugar, podría pensar que los demás perciben de él que no presenta en la medida suficiente la característica esencial que se requiere para dicho juego.
En la adolescencia, un periodo crucial en el que se está construyendo la identidad de la persona, la autoimagen se apoya en gran medida en la visión de los otros sobre uno mismo y en la percepción que se cree que los demás tienen sobre la persona.
Cuando ambos pilares están sesgados de forma negativa, repercute en que la representación mental de la persona se vuelva más negativa, incluso en la visión individual (“no soy bueno”).
¿Cómo se relaciona con la autoestima?
Dado que la autoestima se define como el amor que alguien percibe hacia sí mismo o, dicho de otro modo, el grado en que alguien se valora, podemos observar que existe una relación muy estrecha entre ambos conceptos.
Cuando la autoimagen que se construye sobre alguien es negativa, este hecho tendrá un impacto en la autoestima de la persona, que seguramente bajará.
Por el contrario, si la autoimagen que se forma es positiva en su mayoría, la probabilidad de que la persona desarrolle una alta autoestima se ve incrementada.
Por tanto, aquellas personas a las que les cuesta ver y aceptar características positivas de sí mismas nos están enviando una señal encubierta sobre cuál es la valoración que hacen de la representación de su “yo”.
¿En qué afecta la presión social a la autoimagen y la autoestima en la adolescencia?
Se ha observado que la forma en que desarrollamos la autoimagen en la adolescencia puede tener un gran impacto en la vida adulta, pudiendo tener como consecuencia el desarrollo de diversos trastornos emocionales.
Con “presión social” nos referimos a la influencia de la sociedad (normas, costumbres, tendencias, etc.) en la forma de ser y vivir del individuo.
Esta influencia es mucho más notable en un periodo como la adolescencia, en el que la permeabilidad al influjo de los otros es mucho mayor debido a que aún no tenemos del todo claro quiénes somos o quiénes queremos ser.
Por esta razón, los adolescentes del mismo grupo de amigos suelen vestir, hablar y actuar de forma parecida. Comparten gustos, aficiones y formas de abordar las relaciones sociales, ya que nuestras neuronas espejo (esas células que nos permiten “imitar” al otro y, entre otras funciones, empatizar con él) ayudan en el modelado de la conducta social.
Esta presión “permite” que el individuo se integre en el grupo moldeando sus características a las establecidas por los integrantes, aunque esta cuestión puede convertirse en un arma de doble filo: la integración supeditada a la anulación del yo.
En otras palabras, el modelado grupal puede tener tal calibre que la identidad de la persona quede totalmente absorbida por las características del grupo, dejando a un lado aquellas cualidades que facilitarían su diferenciación de los demás por temor a un posible rechazo.
¿Cómo podemos trabajar la autoimagen en adolescentes?
Para trabajar la autoimagen debemos clarificar en primer lugar cómo es la representación mental que la persona tiene de sí misma, cuál es la representación que hacen los otros y cuál es la percepción que ella tiene de dicha representación.
Cuanto mayor solapamiento haya entre la representación de los otros y la percepción de la representación de los otros en términos negativos, mayor será el impacto en la autoimagen del adolescente.
Nuestra función consistirá en realizar una exploración detallada de todos aquellos datos que nos permitan mostrar el sesgo en las hipótesis de partida de la persona con respecto a su autoimagen, deteniéndonos especialmente a analizar aquellas cualidades que destacan de él/ella.
Será necesario a la par trabajar la autoestima de la persona, de forma que los progresos que se vayan efectuando favorezcan una mayor valoración de sí misma.
A menudo, los adolescentes encuentran grandes dificultades para expresar lo que sienten o necesitan, no sólo porque su nivel de madurez no ha llegado a la edad adulta todavía, sino también porque han “olvidado” la forma de pensar o sentir al margen del grupo.
Como psicólogos, deberemos facilitar ese espacio de reflexión para que el adolescente pueda experimentar si la situación que vive es la que quiere para sí o si hay aspectos que le gustaría modificar, dentro de un entorno en el que exista libertad y no haya presión.
De esta forma, podrá hacer una pausa para observarse con detenimiento, y también para potenciar y desarrollar todas aquellas características de las que no se había hecho plenamente consciente.