En los últimos años, toda una retahíla de noticias relacionadas con abusos y agresiones sexuales especialmente focalizadas en mujeres y en infantes, han hecho saltar la voz de alarma social y comenzar a investigar por qué ocurren estos sucesos, qué razones llevan a alguien a cometer un abuso o agresión sexual y qué consecuencias psicológicas tiene este suceso para la víctima del mismo.
En primer lugar y, antes de avanzar en la materia que como psicólogos nos atañe, debemos hacer una distinción legal sobre los términos de abuso y agresión que, con frecuencia, se utilizan de forma indistinta generando cierta confusión.
La diferencia fundamental entre abuso y agresión sexual tiene que ver con la inclusión de un componente de violencia o intimidación para acceder al cuerpo de la persona sobre la que se ejerce.
Por tanto, hablamos de abuso sexual cuando alguien accede al cuerpo de otra persona sin su consentimiento, pero también sin violencia (casos de menores de edad, personas con discapacidad o en personas con estado de inconsciencia total o parcial debido al consumo de drogas o alcohol, que no han dado expresamente su consentimiento).
Por otra parte, la agresión sexual se produce cuando el acceso al cuerpo con un fin sexual se lleva a cabo sin consentimiento de la otra persona y empleando a su vez la violencia o intimidación como forma de lograrlo. Dentro de esta categoría se incluyen las violaciones, debido a la ejecución forzosa de una actividad sexual con otra persona por temor (bajo amenaza de daño físico o mortal, entre otras).
¿Cómo podemos detectar que alguien ha sufrido un abuso o una agresión sexual?
En los casos de abuso bajo el efecto de drogas o alcohol, es posible que la persona que lo ha sufrido no pueda recordar bien qué fue lo que sucedió en el momento (bien debido a los efectos de los tóxicos o también a causa del efecto altamente ansiógeno).
Del mismo modo, cuando el abuso se produce a menores, estos suelen experimentar una enorme confusión sobre lo que les está ocurriendo, se les suele decir que: 1. Lo que ocurre es una forma de amor y 2. Debe ser una especie de “secreto” de ambos.
Por tanto, y debido a que los estudios muestran que la mayor parte de personas que abusan de menores son miembros cercanos del entorno familiar del menor, será difícil para él/ella confrontar la situación que vive.
En los casos de agresión sexual, aunque la persona ES consciente de la experiencia que ha vivido, es posible que opte por no contarlo por muy diversas razones: sensación de culpa, temor a las consecuencias de la revelación, culpabilización del entorno, negación del evento…
En cualquiera de estas situaciones, éstas son algunas de las claves que nos pueden ayudar a detectar un posible abuso/agresión y a tratar de explorar con mayor detenimiento con la persona que creemos abusada:
- Problemas de conducta y cambios de humor de difícil explicación.
- Lesiones corporales repentinas, especialmente localizadas en la zona genital.
- Restos de fluidos o sangre en la ropa (especialmente llamativo en menores).
- Embarazos no deseados y aparición de enfermedades de transmisión sexual.
- Abuso de drogas, alcohol u otros tóxicos (psicofármacos, especialmente narcóticos).
- En adultos, pérdida espontánea del interés en la actividad sexual (aversión) o bien, aumento espontáneo pero disfuncional del comportamiento sexual.
¿Qué consecuencias psicológicas tiene un episodio de abuso/agresión sexual?
Como ya hemos introducido brevemente en el apartado anterior, algunas de las implicaciones psicológicas más frecuentes tienen que ver con la sensación de culpa de la víctima quien, tanto si es un menor como si es un adulto (e incluimos aquí también a aquellos hombres que han sido abusados o agredidos sexualmente), experimenta posteriormente la sensación de “no haber hecho suficiente” por evitar lo ocurrido.
Esta sensación de culpa va con frecuencia ligada a la culpabilización que puede generar (deliberadamente o no) el entorno, achacando la ocurrencia del evento a cuestiones relativas a la víctima en mayor medida que al agresor/a: temas relacionados con la vestimenta, el lugar en el que se encontraba, la cantidad de alcohol u otras drogas consumidas, el comportamiento mostrado, entre otras.
Por tanto, es bastante habitual que encontremos que la víctima siente que merece/ha buscado lo sucedido, aumentando así su sensación de impotencia, frustración y vulnerabilidad.
Además, en otras ocasiones la revelación del abuso/agresión supone exponerse a amenazas del agresor, que pueden ir dirigidas a la integridad física de la víctima o a atacar su reputación (difamación, chantaje, extorsión, etc.), por lo que esta situación lleva a que las víctimas experimenten trastornos de ansiedad (como el Trastorno Obsesivo Compulsivo o el Trastorno de Ansiedad Generalizada), del estado de ánimo (Depresión) y/o problemas de conducta.
Puesto que no siempre existe la posibilidad a nivel psicológico-emocional de aceptar que el evento ha sucedido, también encontramos casos en los que existe una negación total o parcial del abuso/agresión. La negación constituye una expresión del bloqueo que vive la víctima, como parte de la elaboración del trauma.
En numerosas ocasiones, la rememoración del suceso (lugar, sonidos, secuencia del evento, etc.) lleva consigo la aparición de síntomas del Trastorno de Estrés Postraumático, debido a que la situación traumática todavía no ha sido asimilada por la víctima de la misma.
¿Cómo se trabaja el abuso y la agresión sexual?
El trabajo con el abuso y la agresión sexual se debe enfocar fundamentalmente en dos niveles: individual y social.
Por una parte, el abordaje psicológico con las víctimas de un abuso o agresión sexual es fundamental para poder eliminar las cogniciones erróneas relativas a la percepción de culpabilidad, pero también es esencial que el psicólogo se convierta en un apoyo para el procesamiento del trauma y para la reconsolidación de la autoestima.
En el caso de los abusadores/agresores, el trabajo de la empatía es fundamental, especialmente en aquellos casos cuya personalidad apunta a un cierto grado de psicopatía. Asimismo, la gestión de habilidades sociales y de la ira pueden ser de gran ayuda a modo de prevención de posibles agresiones futuras.
Nótese que estudios comportamentales han confirmado que el mayor número de abusadores/agresores sexuales contaban con una frágil autoestima y empleaban este tipo de acciones como una forma de reafirmar su identidad. Por tanto, el trabajo psicológico sobre estos aspectos se convierte en crucial para mostrar al/la agresor/a formas más saludables de interacción social, partiendo de una mayor aceptación del sí mismo.
Sin embargo, la labor más importante a nivel de prevención es la educación social. Debemos aprender a respetar al otro en cualquier contexto o circunstancia, a evitar la culpabilización de las (personas) víctimas y la “justificación” de las (personas) que abusan o agreden.
Mientras no otorgamos responsabilidades de los actos de la forma más adecuada, estamos contribuyendo a que estos puedan volver a repetirse. Como psicólogos, nuestra labor consiste en trabajar la empatía y la inteligencia emocional, pues sólo si desde niños aprendemos a comprendernos y a entender a los otros, podremos relacionarnos de forma sana durante el resto de nuestro ciclo vital.