Gestión emocional de los conflictos en la infancia
Las emociones, además del lenguaje, son una potente vía de comunicación entre los seres humanos. Tanto cuando nos reímos, como cuando lloramos o nos enfadamos, estamos trasladando un claro mensaje a nuestro interlocutor, en la mayoría de ocasiones sin necesidad de apoyarnos en contenido verbal.
Sin embargo, cabe mencionar que esta forma de comunicar es particularmente más sencilla a partir de determinada edad, cuando somos más sensibles a las emociones y pensamientos ajenos, así como a los propios.
Pero los niños también (se) comunican, ¡Y tanto que lo hacen! Desde el nacimiento, emplean recursos básicos como el llanto, la mirada y las sonrisas para trasladar un mensaje a los cuidadores principales, que se ven obligados a interpretar de la forma más cautelosa posible cuál es la necesidad subyacente a cada gesto observado.
Sin ninguna duda, la situación mejora con el desarrollo del lenguaje, dado que algunos de los miedos, dolores o alegrías pueden ser comprendidos con mayor facilidad por padres, hermanos y otros familiares con los que los niños se relacionan.
Y, pese a esta clara mejoría, la incorporación del lenguaje a la cotidianeidad de los niños no suele estar en equilibrio con la gestión emocional de estos. Al contrario, el desarrollo de la capacidad de escucha y de habla se produce de forma mucho más rápida que la capacidad de analizarse y comprenderse a uno mismo (cuestión que, en múltiples ocasiones, resulta compleja hasta en la edad adulta) y las razones por las que una situación determinada ha podido provocar una reacción concreta.
Los enfados de mi hijo/a me resultan complicados, ¿Qué puedo hacer para ayudar?
En base a lo que mencionábamos en el párrafo anterior, a menudo los niños se enfadan con otros compañeros de clase, actividades extraescolares, vecinos… Y también con los vínculos de seguridad más inmediatos: los padres.
Algunos niños suelen mostrarse bastante tranquilos cuando algo les molesta y es bastante sencillo poder dialogar con ellos sobre lo que ha podido ocurrir. En otros casos, los niños muestran dificultades para expresar sus emociones (bien por limitaciones a la hora de identificar la problemática, sobre todo cuando hablamos de niños muy pequeños, o bien por “temor” a las consecuencias de hablar abiertamente sobre lo que hubiera sucedido), por lo que es importante mostrarse como figura de apoyo y facilitador para que, cuando esté preparado, pueda abrirse con tranquilidad.
Y, por otra parte, contamos con los niños con una base más temperamental, que pueden reaccionar ante una situación que les molesta o incomoda con las conocidas “rabietas” (gritos, pataletas, romper cosas, insultar, etc.) y que, a menudo, cuando la intensidad emocional se ha reducido pueden reconocer que “pierden el control” y que no saben cómo hacer para no dejarse arrastrar por la ira. Efectivamente, sus emociones pueden con ellos, y esto les causa una terrible sensación de culpa, tristeza y frustración con la que tampoco siempre saben muy bien cómo lidiar.
En estos casos, ya desde pequeños, es una necesidad imperativa que los menores aprendan que ese tipo de conductas no van a reportarles ningún beneficio. Habitualmente, la “rabieta” es una forma de:
- Expresar frustración/enfado con respecto a algo que la otra parte ha hecho o dejado de hacer para con ellos.
- Reclamar la atención del interlocutor.
Por supuesto, sería una crueldad a nivel psicológico ignorar eternamente a un niño que nos está pidiendo que le atendamos por algo que le hace sufrir, pero lo que debemos trasladar al menor es que la forma en que se nos pide algo puede resultar dolorosa para nosotros. Es decir: puedo entender que te enfade que hoy no hayamos ido al parque, pero cuando me dices “mala/o” o “te odio”, me haces daño.
La empatía de los niños se puede cultivar trabajando el que se coloquen en posiciones que no son la suya, de manera que puedan profundizar en el sentir de otros significativos con los que compartan su tiempo y su vida, y de esta manera su forma de gestionar los conflictos sociales que puedan ir apareciendo será mucho más madura y sana.
Es importante tener presente que algunos niños pueden estar expuestos a situaciones que compliquen esta gestión emocional, como conflictos entre los padres (separaciones, divorcios, patrones educativos diferentes…), baja implicación parental en el desarrollo, problemas relacionados con características individuales (baja autoestima, inseguridad…) o un aprendizaje negativo previo con respecto a las relaciones sociales (pobres habilidades sociales, acoso escolar…). Estas cuestiones no necesariamente tienen que ser un problema, pero sí debemos estar atentos a las señales que puedan requerir de algún tipo de apoyo por parte de un profesional de la salud.
En cualquier caso, lo más importante a tener en cuenta es que la capacidad de nuestros hijos para gestionarse de forma adecuada será un reflejo inmediato de la capacidad de gestión emocional de sus figuras de referencia principales: vosotros, los padres.