La llegada de los hijos, ¿afecta al matrimonio?
Desde el inicio de una relación romántica, las parejas atraviesan diversas fases en las que los patrones de interacción pueden verse susceptiblemente modificados.
Es fácil recordar las primeras etapas de la relación con cierta ternura, ya que en el momento inicial del enamoramiento existe un alto nivel de activación cognitiva y emocional que nos lleva a vivir el contacto con el otro de forma mucho más intensa que en etapas posteriores.
Esto se debe a que es físicamente imposible mantener esa activación de forma crónica en el tiempo, por lo que después de un par de años de noviazgo, el enamoramiento deriva en un sentimiento más profundo (y menos intenso, en términos de activación) que conocemos como el “amor”.
Es entonces cuando podemos observar que la relación ha alcanzado un grado notable de consolidación, hay un interés y una preocupación genuina por el otro, se comparten aficiones y gustos, se ha aprendido a negociar para buscar un equilibrio, hay una adecuada vida pasional y un proyecto de mantener la unión a largo plazo.
Dentro de ese proyecto de mantenimiento de la relación, es frecuente que muchas parejas se planteen qué es lo que les gustaría llegar a ser como familia en un futuro. Algunas de ellas optan por la vida conyugal sin descendencia y, en otros casos, la pareja comparte el deseo de ampliar el núcleo familiar en algún momento de sus vidas.
¿Qué implica el embarazo y la llegada del bebé para la pareja?
Cuando dos personas han llegado al momento en que deciden ampliar la familia, deben ser conscientes de las implicaciones que todo este proceso va a suponer para su relación, más allá de la mera inclusión de un hijo en el núcleo familiar.
En primer lugar, se debe tener presente que el embarazo, aun siendo un proceso maravilloso en muchos sentidos, también es complicado y, de alguna forma, doloroso en muchos otros. El cuerpo de la mujer se transforma extraordinariamente a lo largo de 9 meses, y ello conlleva no solo albergar una vida nueva en el interior, sino también cambios hormonales y del estado de ánimo, cansancio, dolor articular y óseo, cambios en el apetito, etc.
La pareja debe estar preparada para estos cambios que se pueden experimentar a lo largo de ese periodo, y es importante que exista la suficiente confianza y compenetración como para poder transmitir y cubrir las necesidades que puedan ir surgiendo.
Sin embargo, el principal cambio que encontraremos en la relación llegará con el nacimiento del bebé, quien inevitablemente requerirá de una dedicación exhaustiva por parte de sus progenitores debido a la vulnerabilidad física y psíquica inherente a la condición de recién nacido.
Cabe mencionar que estas modificaciones en las rutinas de la familia serán rápidamente percibidas por los miembros, quienes podrán buscar la manera de adaptarse y mantener la conyugalidad o, por otra parte, puede que haya un énfasis especialmente destacable en la crianza con respecto a la atención a la relación.
Cuando esto ocurre y se mantiene en el tiempo, las parejas suelen señalar una mayor tasa de insatisfacción, existe una mayor distancia “emocional” entre los miembros, se dificulta la comunicación y, por ende, se puede llegar a generar una rueda que cada vez separe más a los miembros en lugar de aproximarlos.
¿Cómo podemos trabajar para no perder la conyugalidad?
Aunque pueda resultar difícil, es importante que las parejas busquen tiempo para disfrutar en solitario: sin los hijos, sin amigos. En soledad. No es necesario que ese tiempo sea “excesivo” o que suponga una elevada separación de los hijos, sobre todo cuando estos son pequeños, pero sí es bueno que la pareja encuentre un periodo de tiempo (al menos semanalmente) para disfrutar en pareja.
Este tiempo puede resultar una excelente opción para reconectar con la otra persona, recuperar las habilidades de negociación y no perder de vista los gustos y aficiones ajenos.
Por otra parte, este tiempo a solas no es incompatible con el tiempo de ocio y disfrute en familia, que también resulta de vital importancia para el asentamiento de vínculos de seguridad con los menores, sino que trata de mantener una estabilidad emocional entre el subsistema conformado por los padres.
A menudo, la búsqueda de tiempo no es tarea sencilla porque existen otras cuestiones de base que podrían requerir del trabajo terapéutico, como inseguridad, celos, problemas en la comunicación (sumisión o dominancia), entre otros.
En cualquier caso, el trabajo en este tipo de terapia de pareja consiste en la búsqueda de formas óptimas de contacto para que las diferentes etapas de la pareja tengan solo repercusiones constructivas para la misma.
* Nota: En este artículo no se hace referencia a la pareja o matrimonio como unidad tradicional entre hombre y mujer. Cualquier tipo de pareja puede verse representada por este artículo en las diferentes etapas de la relación romántica, exceptuando (lógicamente) los cambios físicos durante el embarazo que solo se pueden dar en el cuerpo femenino.