La mediación se define como un proceso al que se recurre de manera voluntaria con la intención de encontrar una resolución pacífica a un determinado conflicto o discrepancia entre dos o más partes. El mediador, como figura neutral, es el responsable de recopilar la información que aportan cada uno de los participantes con el objetivo de alcanzar un acuerdo satisfactorio para ambos (aunque, probablemente, ello implique cesiones en todos ellos).
Normalmente, las parejas, exparejas o familias recurren a la figura del mediador cuando existe alguna situación que no han sido capaces de resolver por motu propio, bien por no haber encontrado alternativas válidas para los implicados o bien por una baja participación en ellos. Se espera, por tanto, que la asistencia al proceso de mediación pueda suponer un punto de inflexión en un contexto más o menos delicado que se puede estar experimentando a nivel de familia o de relación sentimental.
Nos estamos separando y no nos ponemos de acuerdo en cuestiones de nuestros hijos
Esta es una de las demandas más comunes por las que se inicia el proceso de mediación familiar. Como ya conocemos, las relaciones sentimentales pueden llegar a su fin por múltiples motivos y puede haber, a su vez, muchos modos de afrontar esa separación, pero cuando existen hijos de por medio, la cosa suele complicarse un poco.
Si bien es normal que los padres (que, no olvidemos, son dos personas humanas con sus diferencias de base) discrepen con mayor o menor frecuencia sobre determinadas decisiones que deben tomarse al respecto de la educación de sus descendientes, estas tensiones tienden a agravarse cuando se produce una ruptura del vínculo y, particularmente, cuando esta ruptura se gestiona de forma poco asertiva (reproches, ley del hielo, falta de empatía con el sufrimiento del otro, etc).
Habitualmente, en estos casos llega un momento en que la expareja/exmatrimonio pierde la motivación por llegar a acuerdos, convirtiéndose la toma de decisiones en un tira y afloja cuyos mayores damnificados son, en gran medida, los niños y adolescentes.
Recurrir a un proceso de mediación familiar en estas circunstancias puede tener como punto de partida un cierto ambiente de hostilidad, pero no por ello se ha de convertir en menos fructífero. El objetivo, precisamente, es alcanzar una garantía de bienestar tanto físico como emocional en los hijos de la exrelación, tal y como establece la legislación española actual.

¿Cómo procedemos en un proceso de mediación como éste?
En primer lugar, debemos garantizar que las partes implicadas desean formar parte del proceso de mediación y mostrarán, por tanto, una actitud lo más colaborativa posible. En el momento en el que esta circunstancia no se dé, podemos replantear el término del proceso de mediación.
A partir de este punto, debemos definir cuáles son los objetivos de las partes y tratar de explorar los puntos intermedios hasta los que están dispuestos a ceder. La mediación es también un proceso de negociación en el intento de acercar dos posturas enfrentadas, por lo que es fundamental que ambas partes entiendan que no se puede obtener una ganancia sin cesiones (que, como figuras neutrales, trataremos de explorar y analizar para que se den de la forma más equilibrada posible).
La mediación puede darse en cualquier contexto, pero es particularmente útil si se necesita una reconciliación de posturas cuando hay otras partes (no independientes, ni ajenas al conflicto) implicadas.
Además, cabe pensar en que no sólo para los menores, sino también para los adultos es una ganancia en el corto, medio y largo plazo poder mantener una relación cordial y estable con otra parte con la que se van a tener que seguir tomando decisiones en conjunto.
Sólo por esta razón, en la mayoría de ocasiones la mediación puede ser una excelente propuesta.