Obesidad y comida basura

La obesidad es una condición médica que consiste en la acumulación de un exceso de grasa, o una hipertrofia del tejido graso en el cuerpo, lo que puede conllevar un riesgo para la salud de la persona que la padece.

Aunque la obesidad no es en sí misma ni forma parte de ningún trastorno psicológico, sí tiene múltiples implicaciones psicológicas que nos han llevado a considerar la elaboración de este artículo.

Actualmente, la obesidad se considera el quinto factor de riesgo de muerte en el mundo, llegando a fallecer en torno a 3 millones de personas adultas anualmente a causa de esta enfermedad.

Por otro lado, la obesidad y el sobrepeso, aunque suelen emplearse como sinónimos, no son exactamente lo mismo, ya que el sobrepeso hace referencia esencialmente a un peso por encima de lo que se podría considerar “saludable”, aunque este peso no necesariamente se traduce en una mayor cantidad de materia grasa en el cuerpo.

La obesidad es una enfermedad de curso crónico, que tiende a aparecer cuando el consumo de calorías es muy superior al gasto de las mismas, por lo que el desequilibrio implica una acumulación de materia grasa en el organismo que no se elimina.

Para hablar de obesidad, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emplea como criterio un IMC (Índice de Masa Corporal) igual o superior a 30 kg/m², aunque también es aceptado como signo de obesidad el perímetro de cintura (igual o mayor de 102 cm. en hombres e igual o mayor de 88 cm. en mujeres).

Mientras que el IMC de entre 25,0 y 29,9 se considera sobrepeso, los índices que oscilan entre 30,0 y 34,9 y entre 35,0 y 39,9 se asocian a obesidad de clase I y II, respectivamente.

En estos rangos, aunque incrementándose las complicaciones conforme aumenta el IMC, las personas son bastante capaces de desenvolverse en su día a día de forma autónoma. Es posible que experimenten un mayor nivel de cansancio, fatiga, dificultades para respirar y dolor articular si pasan mucho tiempo en pie.

En los casos más severos, nos encontraremos a personas con un grado de obesidad (IMC superior a 40,0) que se considera de clase III o mórbida. Estas personas, entre otras dificultades, tienen serios problemas para moverse y funcionar con total autonomía, necesitando en la mayoría de ocasiones la ayuda de otras personas (o incluso de máquinas) para poder gestionar su movimiento.

¿Cuál es el origen de la obesidad?

La obesidad se considera una enfermedad de origen multifactorial, que tiene una base genética (que explica en torno al 30% de la obesidad) y una base ambiental (que explica en torno al 70% restante).

Si bien es cierto que existe una vulnerabilidad genética que implica a los genes relacionados con el control del apetito y el metabolismo, es necesario que haya un acceso al consumo de calorías para que podamos desarrollar una condición de obesidad.

A día de hoy, el estilo de vida de la sociedad occidental está compuesto de varios factores de riesgo que predisponen a padecer obesidad: mayor sedentarismo y una dieta con más alto contenido calórico.

Actualmente, ha descendido notablemente el nivel de actividad física y deportiva que practicamos, especialmente porque estructuramos el tiempo de ocio a partir del tiempo que queda libre tras la jornada laboral.Una persona obesa

Esto repercute también en la forma en que comemos, habiendo sustituido alimentos más saludables por el fácil acceso a comida rápida, que permite encontrar una solución sencilla a la falta de tiempo para cocinar.

No obstante, cabe mencionar que, en algunas ocasiones (un 2-3% de los casos), ni el sedentarismo ni la dieta son el origen de la obesidad, sino que existen ciertas alteraciones endocrinas o neurológicas que se convierten en el factor etiológico principal.

¿Qué problemas presenta la obesidad?

A nivel físico, la obesidad presenta dificultades en relación con las actividades que impliquen movimiento, no solo por una menor resistencia muscular, sino porque también se suelen presentar dificultades a nivel respiratorio (como asma) y a nivel vascular (tanto cardiovascular, como insuficiencia cardiaca, como cerebrovascular).

Cuando el consumo de materia grasa es muy elevado, es probable que encontremos un nivel de colesterol en sangre elevado, lo que a su vez eleva las probabilidades de sufrir la ya mencionada enfermedad vascular.

Por otro lado, la obesidad conlleva un peor funcionamiento a nivel endocrino y gastrointestinal, por lo que también es más probable que una persona con obesidad desarrolle diabetes mellitus tipo II.

El volumen corporal, que puede estar implicado en una mayor dificultad para el funcionamiento cotidiano, también puede afectar a la calidad del sueño, encontrándose mayores dificultades para establecer un ciclo relativamente estable. Además, es posible que el sueño se vea afectado por la presencia de apneas obstructivas, debido a la cantidad de materia lipídica concentrada en el cuello de la persona.

Por otra parte, a nivel psicológico la obesidad también tiene implicaciones que podemos conceptualizar esencialmente en dos bloques: motivación y autoestima.

En las personas con obesidad es frecuente que encontremos un nivel bajo de motivación (para iniciar un cambio) y de autoestima.

El nivel bajo de motivación se puede explicar, entre otras razones, debido a que estas personas a menudo realizan un esfuerzo por implicarse en actividades físicas, pero la comparación que realizan (consciente o inconscientemente) de su rendimiento con el de otras personas, puede llevarles a sentirse frustrados y descartar la actividad deportiva como una opción.

En este contexto, debido a las expectativas que ellos mismos han podido crear, o que otras personas han podido establecer sobre su rendimiento, es posible que aparezcan reacciones de tipo ansioso o depresivo.

En el segundo bloque, contamos con el factor autoestima: vivimos rodeados de toda una serie de mensajes que nos lanzan los medios de comunicación sobre los estereotipos de belleza que están establecidos actualmente, y en los que ciertas tallas no se contemplan.

Por tanto, es frecuente que algunas personas con sobrepeso y con obesidad, queriendo alcanzar ese estándar de belleza adscribiéndose a dietas milagrosas y a otros remedios de dudosa efectividad médica, se frustren cuando no logran sus objetivos y experimenten asimismo reacciones ansiosas y estados de ánimo depresivos.

En algunas ocasiones, los estándares de belleza y la presión social pueden llegar a generar tal nivel de malestar que, además de los problemas ya citados, pueden aparecer trastornos de la alimentación como bulimia o anorexia nerviosa.

Tanto la motivación como la autoestima se relacionan con la percepción de competencia que la persona tiene de sí misma, esto es, hasta qué punto se percibe como capaz de poder adherirse a unas pautas de actividad física y de nutrición que le permitan alcanzar determinados objetivos con respecto a su peso.

¿En qué medida ayuda un psicólogo a tratar la obesidad?

El psicólogo, a la hora de abordar un problema de obesidad, trabaja de forma multidisciplinar, es decir, en colaboración con (al menos) un profesional experto en nutrición/endocrinología humana y un profesional experto en actividad física/deportiva.

El primer profesional va a ser el encargado de elaborar un proyecto de dieta que tenga en cuenta el tipo de obesidad que presenta la persona y otros factores físicos o médicos que puedan estar asociados, de manera que la nueva dieta sea equilibrada para todos ellos.Una mujer con problemas de autoestima por su obesidad

El segundo profesional, de nuevo observando las características de la persona con obesidad, adaptará un protocolo de actividad física a la capacidad de la misma, para ir aumentando progresivamente el nivel de dificultad e implicación física.

¿Por qué, entonces, se necesita un psicólogo? La figura del psicólogo cumplirá la función de trabajar la adherencia tanto a la dieta como a la actividad física/deportiva.

Nuestra presencia es fundamental para poder regular el nivel de exigencia de los otros dos profesionales, de forma que ni la dieta ni la actividad física se conviertan en una fuente de estrés para el paciente, sino en un reto que puede superar.

Por esta razón, aunque tengamos la dieta establecida desde el primer momento, debemos instaurarla progresivamente para que a la persona le dé tiempo a construir un hábito: comer más sano.

Del mismo modo, no podemos tener la expectativa de que la persona haga deporte todos los días desde el inicio, sino que la actividad física es algo que iremos implantando en su rutina paulatinamente.

Paralelamente, trabajaremos a título individual la capacidad de competencia de la persona, así como trataremos de incrementar su nivel de autoestima reforzando intensamente todo pequeño reto superado.

También sería muy interesante poder trabajar con el entorno más próximo a la persona, de forma que podamos transmitir la necesidad de eliminar los mensajes de carga “negativa” que van en consonancia con los que nos pueden lanzar los medios de comunicación, y de reforzar fuertemente los logros de la persona, ya que lo que están reforzando realmente es el esfuerzo que realiza la persona por tratar de alcanzarlos.