Positividad tóxica: el sufrimiento de querer estar siempre bien 1

Seguramente solo en el día de hoy hayas visto más de una imagen acompañada de un mensaje maravilloso y positivo que te insta a sonreír, a sacar tu mejor versión, a alcanzar con la punta de los dedos la felicidad de una nube de algodón de azúcar de color rosa.

La publicidad nos seduce con la promesa de felicidad constante. La gente que come ensalada o yogur, sonríen y bailan. Hasta los anuncios de tampones te venden una menstruación libre de cansancio y de dolor. En las redes sociales todo es idílico y perfecto. Los problemas no tienen cabida, no existen.

Tienes que estar más que bien. Tienes que ser feliz. Contagiar esa felicidad. Siempre. Pase lo que pase.  

Por desgracia, esa fachada de perpetua felicidad, no se limita a los anuncios o a las redes sociales.

El término positividad tóxica hace referencia a la imposición de un pensamiento positivo como única forma de solución a los problemas, exigiendo que las personas eviten expresar sus emociones negativas. Y matizo el expresar, porque a veces tenemos la falsa creencia de que si nuestro sufrimiento no se verbaliza, este desaparecerá mágicamente.

Positividad tóxica: el sufrimiento de querer estar siempre bien 2
Positividad tóxica

¿Cómo identificarla?

  • Ocultar, esconder o disimular las emociones porque no son adecuadas, fingiendo que todo está bien, cuando es evidente que no es así.
  • Restarle importancia a los sentimientos propios o ajenos “no pasa nada”, “tampoco es para tanto”.
  • Comparar su situación con la de otras personas: “a mí me pasó lo mismo y no me quejaba tanto” o “ella está peor y mírala que fuerte es”.
  • Tratar de consolar o animar a otra persona dándole falsas expectativas: “todo se va a solucionar”.
  • Ignorar a la persona cuando expresa sus emociones o hacer comentarios como: “siempre estás igual”, “¿otras vez te vas a poner a llorar por lo mismo?”.
  • Identificar la aparición de culpabilidad por las emociones que se están experimentando.

El denominador común en todas estas ocasiones en la invalidación, es decir, la negativa a acoger o compartir emociones etiquetadas erróneamente como “negativas”, aquellas que nos generan malestar como tristeza, rabia, frustración, miedo, etc., creyendo que al poner el foco de atención en otro lugar, esas emociones dejarán de existir.

Tenemos malas noticias para los que pensáis así: no funciona.

De hecho, lo único que se consigue es empeorar la situación. Pero, ¿por qué?

¿Cuáles son las consecuencias de la positividad tóxica?

Al lanzar el mensaje de que sus emociones no son correctas o adecuadas y, por tanto, tampoco bienvenidas. Esta etiqueta, al hacerla propia, puede dejar de describir meramente la emoción para pasar a describirnos a nosotros mismos. De modo que las “exageradas”, “dramáticas”, “intensas” ya no son las emociones, sino las personas que las sienten.

Además, se genera vergüenza, que se suma al resto de emociones que se estaban experimentando en primer lugar, paralizando a la persona, aumentando el malestar, la incomodidad y el aislamiento por miedo al juicio de los otros. Los sentimientos de soledad e incomprensión se potencian, debido a la reclusión emocional, que nos incapacita para comprobar si realmente puede acogernos y entendernos alguien, y estigmatizando a los que lo hagan.

¿Qué podemos hacer para evitarlo?

En primer lugar, dejar de calificar o categorizar las emociones como “positivas” o “negativas”. Todas las emociones son necesarias y cumplen una función. Algunas son más difíciles de gestionar, nos son desconocidas, incomodas o nos generan sufrimiento, mientras que otras son mejor acogidas socialmente, pero no por ello debemos perpetuar esta idea.

Dejar de hacer los comentarios mencionados anteriormente. Y, en su lugar, aceptar las emociones propias y ajenas, sabiendo que esta es la única forma de poder hacer algo con ellas.

Reconocer ante la persona que tenemos delante que no sabemos cómo ayudarla, nos sentimos perdidos y preguntar qué podemos hacer por ella.