El enfado es una emoción básica que los seres humanos compartimos de forma natural. Aunque socialmente no es la más aceptada, cumple una función comunicativa esencial de cara a establecer límites con otras personas. Esos límites nos ayudan tanto a proteger a los demás, como a nosotros mismos.
El problema nunca es el enfado en sí mismo. Como decíamos, es un sentimiento totalmente natural y esperable en según qué contextos o ante determinadas situaciones. El problema es cómo se manifiesta ese enfado: puedo sentarme a dialogar con la persona con la que me he molestado y tratar de resolver nuestras diferencias, o puedo empezar a lanzar objetos como proyectiles por los aires, sin llegar a ningún tipo de solución eficiente ni sana.
Algunas personas son catalogadas como con «mal genio» con respecto a otras. Esta concepción hace referencia, posiblemente, al hecho de que se enfadan «con mayor rapidez» o «con mayor intensidad» que los demás. Quizá, incluso, puede hacer referencia a que son personas que están enfadadas «con mayor frecuencia» que el resto.
Pero, ¿es esto cierto?
La importancia del contexto, ¿por qué me enfado?
En términos generales, las personas no nos enfadamos de la nada. Habitualmente, ocurren cosas a nuestro alrededor que generan un impacto en nosotros, y al que reaccionamos con una (o varias) emoción.
Además, no todo lo que nos pasa tiene el mismo peso en nuestra vida, por lo que algunas cosas necesitarán ser comentadas y otras, no. Sumado a lo anterior, no es lo mismo que algo que me molesta suceda por primera vez (y me hago consciente de que es un episodio que no me ha gustado) a que me suceda de forma repetida (y no sepa muy bien qué hacer o cómo trasladar de forma más clara que la situación me incomoda).
Interactuamos de forma constante con el mundo que nos rodea, de manera que se genera una responsabilidad compartida en el estado de ánimo por el que transitamos a lo largo de nuestros días. Llevándolo al visual y conocido ejemplo del vaso lleno o vacío, somos el vaso que recibe agua del exterior (las relaciones con los otros) y a la vez gestiona qué cantidad de agua y durante cuánto tiempo va a mantener en el interior del recipiente.
Nos enfadamos, generalmente, porque nuestros límites se trasgreden. Necesitamos comunicar que algo nos disgusta y quizá no estamos siendo escuchados, acogidos o comprendidos de la forma en la que esperábamos. Desde luego, no podemos controlar que las personas con las que nos vinculamos se relacionen con nosotros de la forma en que nos gustaría, que se respeten nuestras peticiones o que nos concedan el espacio que necesitamos.
Sin embargo, sí controlamos la forma en la que expresamos nuestras necesidades y la manera en la que marcamos distancia con los demás, en la medida en que éstas no se están viendo satisfechas.

¿Cómo puedo gestionar mis enfados?
En primer lugar, identificando que estás enfadado/a. Necesitas ser consciente de cuál es tu emoción para poder gestionarla de la forma más adecuada posteriormente. Si hay algo que te ha molestado, detecta qué es lo que ha ocurrido y por qué te ha hecho sentir de esa forma.
Concédete espacio y tiempo. Probablemente tengas que darle un par de vueltas al punto anterior, y es importante que puedas hacerlo con calma. Cuanto más fiel seas a tus tiempos, más calmada será la gestión posterior en tanto a que la intensidad de la misma se habrá visto reducida y nuestro cerebro saldrá del modo «amenaza».
Comunica de forma asertiva lo que te ha afectado. No es necesario señalar al otro como responsable del daño, basta con que indiques que una determinada acción te ha afectado de una determinada forma. Hablar desde el «yo» siempre es mucho más constructivo que hablar desde el «tú», formato que nuestro cerebro suele catalogar rápidamente como un ataque, y que suele perjudicar al desarrollo de la comunicación.
Hemos puesto anteriormente el ejemplo de lanzar objetos como una mala gestión de la ira y, efectivamente, lo es. Para evitar llegar a estas situaciones, es importante que se den los tres pasos anteriores como una nueva inercia en la gestión del enfado, ya que el momento de colapso y reacciones «agresivas» suele darse cuando se ha acumulado una cantidad notable de frustración.
Si podemos evitar llegar hasta ese punto, podremos vivir el enfado como lo que es: una emoción social y natural más que nos ayuda, como las demás, a sobrevivir.