Bandeja de hoy vacía y de mañana llena

La procrastinación es sencillamente comenzar a realizar cualquier acción como excusa para no empezar o completar algo que teníamos planeado hacer sin tener un motivo de peso. Estudiar, trabajar, hacer deporte o escribir una nueva entrada para un blog son tan solo algunos de los muchos ejemplos que vienen a la mente al pensar en cosas que deberíamos hacer para una fecha en particular y que habitualmente acabamos postergando por motivos que no siempre son una excusa válida si lo racionalizamos.
Es cierto que existen momentos en los que el agotamiento tanto físico como mental nos obliga a tomarnos un descanso o un pequeño respiro. Aplazar tareas cuando lo necesitamos contribuye activamente a reducir nuestros niveles de estrés y mejora nuestro estado de salud y ánimo. En ocasiones un determinado tiempo para nosotros mismos es el empujón que necesitamos para volver a la tarea que teníamos entre manos con las pilas cargadas.

  • Entonces ¿Cómo reconocemos cuándo estamos procrastinando?

Es sencillo, pero requiere un cierto entrenamiento y autoconsciencia que no todo el mundo ha podido desarrollar. En la sociedad actual los momentos en los que podemos tomarnos un momento para escuchar a nuestro cuerpo y la gran cantidad de información que nos da acerca de su estado no son abundantes. Para simplificar, podríamos decir que pensando con detenimiento en la labor que nos ocupa, las circunstancias que nos rodean y nuestro estado físico y mental somos capaces de distinguir un descanso merecido de uno que no lo es tanto.
Si después de tener en cuenta estos aspectos nos sentimos intranquilos, probablemente estamos procrastinando.

  • ¿Por qué sentimos esa necesidad a pesar de no tener motivos evidentes?

Según W. Knaus, psicólogo con más de 40 años de experiencia en trastornos ansiosos y depresivos, existen seis posibles explicaciones con respecto a este fenómeno, siendo común que varias interactúen:

  1. Creencias Irracionales: Se trata de pensamientos, alojados en las partes más profundas de nuestra mente que nos hacen vernos como incapaces de realizar la tarea.

“Yo no soy capaz de aprobar esta asignatura”.

2. Perfeccionismo: Las personas con una alta exigencia consigo mismos suelen buscar excusas para justificar un resultado que no les satisface.

“No he tenido suficiente tiempo para hacer el proyecto”

3. Ansiedad: Cuando el estrés provocado por los quehaceres supera nuestros recursos internos, en ocasiones optamos por una visión catastrofista para justificarnos.

“Esta asignatura es imposible, son demasiadas páginas para un examen”.

4. Impaciencia: La ansiedad o el perfeccionismo pueden provocar rabia y sentimientos de impotencia.

“No me entra nada, a este paso no apruebo”.

5. Necesidad de aceptación: Propia de personas que ceden fácilmente ante la presión social.

“Prefiero salir a tomar algo con mis amigos en lugar de terminar el proyecto de mañana”.

6. Saturación: Cuando nuestras ocupaciones superan por mucho nuestra capacidad, nos bloqueamos y somos incapaces de avanzar.

“No sé ni por dónde empezar”.

Cabe destacar que existen dos tipos de procrastinadores. Aquellos que únicamente lo hacen de forma eventual y los que lo han convertido en algo crónico. Para los primeros es necesario controlar el hábito y evitar que se convierta en algo recurrente. Para los segundos en la mayor parte de ocasiones es necesaria la asistencia psicológica, pues puede evidenciar un problema subyacente.

  • ¿Cómo podemos evitarlo?
  1. Elabora listas con las tareas que tienes que realizar y ponlas en un sitio visible, preferiblemente y a ser posible donde no las pierdas de vista en caso de que las evites, por ejemplo al lado del ordenador o la televisión y en el teléfono móvil.
  2. Trata de identificar las tareas prioritarias y aquellas para las que necesites más tiempo o tengan una fecha límite y hazlas primero.
  3. Organízate de forma que si surge un imprevisto tengas tiempo de sobra para atenderlo.
  4. Conoce cuándo trabajas mejor y cuándo eres más proclive a dejar las tareas a medias y trata de planificarte de acuerdo a esas franjas de tiempo. Si te cuesta levantarte temprano para hacer deporte pero sabes que alguna vez has salido de noche y te ha resultado más sencillo, no trates de obligarte a hacerlo a primera hora de la mañana.
  5. Piensa en positivo. A nuestro cerebro le cuesta más reconocer órdenes negativas como “No debo distraerme” que órdenes positivas como “Debo concentrarme”. Esta es la razón por la que los premios funcionan mejor que los castigos a la hora de cambiar un comportamiento.
  6. Acepta las distracciones, pero no permitas que continúen. Si te distraes no debes castigarte por ello. En lugar de eso, sé consciente de que te has distraído, no le des excesiva importancia y vuelve al trabajo.

Estos consejos deberían ser suficientes para comenzar a cumplir esos propósitos de año nuevo que llevamos seis meses postergando. ¿Aprender un idioma? ¿Ponerse en forma? ¿Sacar mejores notas? Es pan comido.